Birmania, Julio de 1945. Mientras la guerra agoniza y las tropas
japonesas se baten en retirada, un pequeño destacamento
japonés trata de alcanzar la frontera con Tailandia. La unidad, mandada
por el capitán Inoyue se encuentra en lamentables condiciones, pero los hombres mantienen el espíritu gracias a los
cantos que Inouye les ha enseñado y al virtuosismo con el que toca el
arpa birmana uno de sus hombres, el cabo Mizushima,
quien posee una gran destreza con ese instrumento. Pocos días más
tarde la compañía de Inouye es rodeada por tropas británicas y los
japoneses optan por deponer las armas al ser informados de que Japón ha
presentado la rendición ante los aliados. Mizushima y sus compañeros son
enviados a un campo de prisioneros británico, donde se enteran de que
un grupo de soldados japoneses aun resiste en una colina cercana,
negándose a aceptar la rendición. Mizushima es enviado como mediador para
convencer a sus compatriotas de que depongan las armas, pero fracasa
en su misión y está a punto de morir por el bombardeo británico. Tras
salvar la vida de milagro, Mizushima vivirá una serie de peripecias, y
tras hacerse con un atuendo de monje budista, hará todo lo posible por
dar sepultura a los cuerpos de sus compatriotas caidos en combate.
La historia
en el fondo no es más que un ameno discurrir de las aventuras de los animosos
soldados y su idolatrado Mizushima. Pero lo sorprendente es el mensaje
vitalista de la obra: el hombre es capaz de sobreponerse a cualquier
circunstancia, por adversa que sea; pero debe siempre ofrecer lo mejor de sí
mismo a los demás, entregarse a ellos y vivir en armonía con todo cuanto le
rodea.
Este relato
fue escrito durante la dura posguerra japonesa, donde el país en ruinas lamía
las heridas de la dura derrota sufrida, y sin embargo, superando la censura que
impedía hablar de la contienda, supo llegar hasta un pueblo que comprendía
entonces más que nunca lo absurdo de sacrificar tantas vidas en aras de
equivocados ideales.
Además de un
hermoso canto antibelicista, las páginas son también una profunda reflexión
sobre la pérdida de los valores tradicionales japoneses en las décadas
anteriores a la guerra, que supuso el abandono de la concepción espiritual del
hombre en favor de una concepción materialista, que mide al hombre no por lo
que es, sino por lo que es capaz de hacer.
Michio Takeyama nace en Osaka en 1903. Pasa su infancia en
Seúl, pero se traslada a Tokio para acudir, primero a una escuela prefectural
de enseñanza media y, posteriormente a la Universidad de Tokio, donde se
gradúa. En los años posteriores ejerce de profesor de alemán. Desde 1927 hasta
1930 viaja por Europa, y a su regreso consigue un empleo de profesor
universitario, labor que abandonaría en 1951 para dedicarse a la creación
literaria y a viajar por el extranjero. Sus primeros escritos, en los años 40,
son traducciones de Nietzsche y de Goethe. Posteriormente publicaría ensayos y
reflexiones de variada índole, así como libros de viajes por Japón, la Unión
Soviética y Europa. Sin embargo es El arpa birmana la obra que lo haría
universalmente conocido. Takeyama murió en 1984 en su casa de Zaimokuza a los
ochenta y un años de edad.
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