La muerte llama al arzobispo es una novela de aventuras y un fiel
retrato de costumbres de una época muy dura marcada por la fiebre del
oro, salpicada de
acontecimientos y personajes históricos en un paisaje primigenio y
titánico que
parece dominar a su antojo la vida de los mortales.
Willa recrea una atmósfera mágica donde confluyen ritos, creencias y supersticiones de muy diversa procedencia. Refleja muy bien como fue la anexión por parte de los EEUU de territorios como Nuevo México, las penurias y adversidades de esa gente que habitaba estas regiones desérticas, pedregosas y de sofocante calor. A estos parajes desérticos llegan los protagonistas de esta gran novela, dos sacerdotes católicos que viven aventuras y afrontan peligros como si fueran, en ocasiones, los héroes de un western: el Obispo Jean Latour y su ayudante, el padre Vaillant, una pareja al mejor estilo Don Quijote-Sancho Panza, aunque con roles cambiados. Latour representa un abordaje de la fe mediante la estructura racional mientras que Vaillant, inquebrantable en su adoración de santos y vírgenes, es la fe pura, sin pensamiento ni tiempo ocioso para pensar, tan solo devoción. Vivirán variopintas aventuras, algunas dejaran múltiples heridas en sus cuerpos y en su forma de enfocar su nueva misión, nos mostrarán la dureza del entorno y en más de una ocasión nos robarán una sonrisa.
Ambos son buenos sacerdotes, buenas personas que
reivindican la justicia en una especie de caldero hirviente donde
conviven mexicanos pobrísimos, indios navajos y estadounidenses
aventureros. Las arbitrariedades, los conflictos, los abusos de otros
curas y, por supuesto, la propia insatisfacción existencial son el motor
de esta gran novela, que Willa Cather nos narra con un lenguaje sencillo y directo, salpicado de mucha nostalgia.
Por lo demás hay una gran lista de personajes reales que aparecen en la obra
de Cather, como los dos clérigos, la hermana monja del padre Vaillant,
el explorador Kit Carson, el soldado Manuel Chaves, o el sacerdote
Antonio José Martínez, entre otros. Y como no, se nos cuenta cómo surge
la idea de plantar en medio del desierto una espectacular catedral del
más puro estilo francés, la Basílica de San Francisco de Asís en Santa
Fe, a cuyos pies hay una estatua del arzobispo Lamy (Latour en la
novela).
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