Alessandro Baricco presentaba la edición italiana de Seda con estas
palabras:
«Ésta no es una novela. Ni siquiera es un
cuento. Ésta es una historia. Empieza con un hombre que atraviesa el mundo, y
acaba con un lago que permanece inmóvil, en una jornada de viento. El hombre se
llama Hervé Joncour. El lago, no se sabe.
Hervè Joncour trabaja comprando huevos de
gusanos de seda. Debido a una epidemia debe viajar hasta Japón para adquirir
huevos sanos lo que le lleva a enamorarse de una extraña mujer a la que ni
siquiera puede tocar. A partir de ese momento todo cambiará a su alrededor, la
relación con su mujer, su inquietud por volver al Japón, pero él sabe que ese
es un amor imposible.
Se podría decir que es una historia de amor.
Pero si solamente fuera eso, no habría valido la pena contarla. En ella están
entremezclados deseos, y dolores, que se sabe muy bien lo que son, pero que no
tienen un nombre exacto que los designe. Y, en todo caso, ese nombre no es
amor. (Esto es algo muy antiguo. Cuando no se tiene un nombre para decir las
cosas, entonces se utilizan historias. Así funciona. Desde hace siglos).
Todas las historias tienen una música propia.
Esta tiene una música blanca. Es importante decirlo porque la música blanca es
una música extraña, a veces te desconcierta: se ejecuta suavemente y se baila
lentamente. Cuando la ejecutan bien es como oír el silencio y a los que la
bailan estupendamente se les mira y parecen inmóviles. La música blanca es algo
rematadamente difícil.
No hay mucho más que añadir. Quizá lo mejor sea
aclarar que se trata de una historia decimonónica: lo justo para que nadie se
espere aviones, lavadoras o psicoanalistas. No los hay. Quizá en otra ocasión.»
Una
historia dolorosamente contundente, narrada con un estilo dulce, deslizante,
ligero, casi intimista y a veces
sensual, sin duda un hermoso cuento donde el contenido es lo de menos sino la
forma en la que esta escrito. El autor se vale en la novela de diversos
recursos estilísticos propios del lenguaje poético: ritmo y repeticiones,
frases cortísimas, suaves… Lo dicho, los capítulos son breves y están escritos
con una prosa rozando la transparencia,
ausencia casi total de diálogos, el lector es partícipe de las
emociones y sentimientos de los protagonistas sólo con sus acciones, como
pequeñas y sucesivas ondas circulantes, su lectura va depositando en nuestro
ánimo emoción y melancolía a partes iguales. Parece la caricia ondulante de la
seda.
Alessandro
Baricco (Turín; 25 de enero de 1958 ha ejercido de
crítico musical, periodista, dramaturgo y novelista, creado un taller de
escritura, dirigido una película entre otras muchas actividades. Sus admiradores dicen que es uno de
los mejores escritores de su generación y sus detractores que es un escritor
superficial. Tras la publicación de Seda se convirtió en un fenómeno literario
mundial, tal es así que su obra se ha traducido a diecisiete idiomas. Solo en España ha superado las 40 ediciones. Como otras grandes novelas, Seda sugiere
reflexiones sobre los complicados tratos entre realidad y ficción. Cuenta
Baricco en el prólogo de otra novela, que inventó el nombre de Lavilledieu -el
pueblo donde vive Hervé Joncour- uniendo dos nombres que encontró al azar en un
mapa. Cuando la novela se hizo famosa, recibió una carta del alcalde de una
pequeña localidad del sur de Francia invitándole a inaugurar una biblioteca y
recibir un homenaje. El pueblo se llamaba Lavilledieu y, sorprendido, sólo por
ese motivo decidió aceptar. Al llegar allí, su asombro fue completo cuando supo
que la principal actividad en el siglo XIX había sido la cría de gusanos de
seda. No hay mucho más que añadir, salvo quizá repetir aquello que el pianista
del salón de Madame Blanche murmuraba en voz baja al final de cada pieza:
-Voilà.
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