sábado, 8 de febrero de 2014

La sonrisa etruca. José Luis Sampedro.




Salvatore, un campesino calabrés, se ve obligado a dejar su pueblo, Rocassera, en el sur de Italia, para ir al médico a Milán, al norte. Allí vive su hijo que se ha casado con Andrea, y tienen un hijo, Brunettino, de trece meses. Un cáncer, al que llama “la bicha” y “Rusca” (nombre de un hurón hembra que le regaló su amigo Ambrosio) le va destruyendo. Pero a él parece no importarle y entabla una extraña amistad con Rusca.
El viejo partisano sabe que el final se acerca pero no pretende dar pena por ello. La enfermedad le hace abrirse a un mundo nuevo con el corazón. Salvatore descubre nuevos sentimientos al tener a su nieto en brazos. Esta pequeña criatura cambia todo lo que su vida ha sido y lo empuja a intentar ser aquello que la propia vida le ocultó que podría ser: un hombre plenamente feliz. Se pone a gatas con él, le acompaña en sus primeros pasos, pasa las noches al lado de su cuna ocultándose de sus padres, le cuenta las historias de su pueblo, sus amores, sus hazañas. El abuelo querría volver a su pueblo, a vivir su vida, pero necesita a su nieto: “me quedo en Milán porque te necesito, sin ti me derrumbaría”.
Nunca pensó que un rudo campesino, partisano, fuera capaz de emocionarse y llorar por algo que “sólo comprendería una abuela”.
El personaje central está plenamente logrado, hombre bastante desagradable al principio, pero conforme avanzas en la lectura, y lo vas conociendo, le coges un inmenso cariño, desborda la novela con su rotunda personalidad, con sus luces y sombras, con sus defectos y virtudes pero exaltante de humanidad que no da lugar a dobleces, hasta el punto de lograr atraparnos, de comprenderlo y de empatizar con él.

Salvatore siente la necesidad de proteger a Brunettino de la vida moderna, sin sabores, olores, sensaciones,”¡hasta las chicas guapas sólo se ven en un papel!”.No quiere que su nieto se vea influido por la publicidad, el materialismo, y todos los aspectos por los que puede dejarse influir cualquier ciudadano; desea que su nieto lleve una vida pura, rodeado de mujeres de verdad, de olores y sabores fuertes, de grandes montañas y cabras... quiere que realice hazañas que a su criterio hacen de los hombres verdaderos hombres, en resumen, quiere que Brunettino, se aproxime a sus raíces, quiere que sea su vivo retrato y sentirse orgulloso de él. Entre sus anhelos está que Hortensia, la mujer que ha conseguido enseñarle tantas cosas como en una vida no hubiera aprendido, comparta con él y su nieto toda su vida. Le pide que se casen y esta nueva explosión de amor le hace sentirse radiante, admirado por una mujer, a gusto consigo mismo. Quiere que Hortensia sea la abuela de Brunettino y que le enseñe cuanto a él le ha costado tanto aprender. Su felicidad no es sólo en el presente, sabe que va a morir pero que su nieto va a quedaren muy buenas manos: Renato, Andrea y por supuesto su amada Hortensia.
El libro es una reflexión sobre la vida: las relaciones difíciles entre generaciones (padre e hijos); el contraste entre el pueblo, Rocassera, y la ciudad, Milán; los valores rurales con los urbanos que están infectados por las apariencias; la comida de su pueblo y la de la ciudad, los olores… En definitiva, la oposición norte-sur, el amor apasionado de juventud y el amor sosegado de la vejez, el carácter agrio y robusto de hombre viril y la transformación en ternura por medio de su nieto. Todas estas contraposiciones ayudan, más si cabe, a comprender la esencia de la historia.
Con una prosa, muy natural y realista, desprovista de cualquier atisbo de cursilería y, a veces un tanto dura, mordaz e irónica, no parece, a priori, que conduzca hacia sentimentalismos, sin embargo la ternura es una constante en cada párrafo. Un claro ejemplo son los últimos instantes de vida cuando en el rostro de Salvatore ha florecido una sonrisa serena de beatitud, como la de los esposos etruscos del sarcófago de terracota, cuando en sus últimos instantes de vida Bruno acierta a decir las palabras que tanto desea Nonno, nonno abuelo.
No todas las novelas envejecen bien, no es el caso de la sonrisa etrusca, que con los años se vuelve más grande. Es una de las pocas novelas que gusta a todos, sólo su mención, saca una tierna sonrisa a los que tuvieron el placer de deleitarse con sus páginas llenas de filosofía de vida. Se publicó por primera vez en el año 1985, y se ha convertido en una de las novelas españolas más populares de las últimas décadas, y que ha sido representada en el teatro en múltiples ocasiones.

 
Sobre el autor:
José Luis Sampedro nació en Barcelona en 1917. Catedrático de Estructura Económica desde 1955, fue senador por designación real en las primeras cortes democráticas. Es miembro de la Real Academia Española. En el año 2010 el Consejo de Ministros le otorgó la Orden de las Artes y las Letras de España por «su sobresaliente trayectoria literaria y por su pensamiento comprometido con los problemas de su tiempo». En 2011 se le concedió el Premio Nacional de las Letras Españolas. Entre sus obras destacan, entre otras, “El río que nos lleva” (1961), “Octubre, octubre” (1982), “La sonrisa etrusca” (1985), novela que le proporcionó una gran popularidad, “La vieja sirena” (1990), “Real Sitio” (1993), “El amante lesbiano” (2000) y “La senda del drago” (2006).